A
riesgo de pecar de ingenuo en esta era de la ingenuidad, me he propuesto hacer
un paréntesis de los temas culturales que interesan a nuestra sociedad como ser
la cuestión de determinar si es que la salteña es paceña o es potosina (por
cierto es tarijeña), con la finalidad de reflexionar sobre el destino del arte
en Bolivia o para ser más exacto, dilucidar acerca de si el arte tiene algún
destino en Bolivia.
En
palabras del ilustremente desconocido Dr. Jaime Guerra, a quien he calificado
como el poeta de lo inmundo, el arte en Bolivia en los últimos años se ha
formado en sentido de ser simplemente arte, es decir que bien podría tener
algún significado pero en la mayoría de los casos no lo tiene.
Para
comprender esta idea es necesario ver al arte como parte de las formaciones históricas
de la sociedad boliviana, en primer lugar es necesario recalcar el hecho que
debido al fenómeno de la conquista mucho del arte nativo de las regiones altiplánica
y amazónica se han extraviado o en el mejor de los casos se han mezclado con
las herencias ibéricas que sostenemos vívidamente hasta la actualidad.
Con
esto quiero decir que nuestras prácticas artísticas en su mayaría son replicas
o revisiones de estilos de arte del viejo continente, a pesar de que en la actualidad
queramos renegar enérgicamente de muchas de aquellas herencias culturales que
nos ha dejado la colonia.
Un
gran problema el momento de buscar la originalidad del arte de la región andina
es la ausencia de un lenguaje codificado que nos permita conocer sus referencias
de primera mano, su noción sobre la belleza, la manera en que percibían la estética
de la naturaleza y el papel del hombre el momento de plasmar estas ideas en un
bloque de roca tallada.
El
Dr. H. C. F. Mansilla explica en sus memorias que sostenemos una relación de
amor y oídio con el mundo occidental, considero que el arte es una excelente
forma de validar dicha afirmación, ya que si bien alegamos una originalidad prístina
sobre nuestros legados culturales y por ende artísticos, al mismo tiempo
buscamos el constante reconocimiento del mundo para sentir de alguna forma que
aquello que hacemos tiene algún valor, nuestros coterráneos en otros países se
desesperan por organizar entradas folclóricas en tierras lejanas y ese extraño
deseo de combinar lo autóctono con lo cosmopolita, una suerte de autismo
selectivo en el que requerimos de la aprobación de ese mundo del que tanto nos
quejamos en algunos temas poco trascendentes, pero al mismo tiempo cerramos
nuestras mentes sobre aquellas cosas que atacan nuestro estilo de vida eminentemente
conservador.
Otro
aspecto que llama mi atención es que combinamos palabras al azar con el fin de
dar una categoría superior a nuestras prácticas artísticas, una prueba de ello
es la existencia de “Ballets Folclóricos” un neologismo que no es otra cosa
sino el deseo de emparentar lo autóctono con lo foráneo, ya que haciendo una pequeña
revisión etimológica e histórica es fácil denotar el hecho de que “Ballet” es
un estilo de danza con una técnica propia que data del siglo XVI, sin embargo
en la actualidad se lo utiliza como sinónimo de un grupo de personas que
bailan, un hecho que allende de ser refutado es replicado, aplaudido y elogiado
por la población en su conjunto.
Es
propio del postmodernismo el hecho de que todo sea lo mismo y nada tenga un
valor cualitativo, por lo que no está bien visto criticar el arte por su
contenido o su forma, en todo este entramado carente de significado solo cabe aplaudir
todo por trivial, absurdo, monótono o simplón que sea.
En
última instancia yo diría que el arte en Bolivia carece de un destino identificable,
esta extraviado en el utilitarismo monetario, cegado por el sonido de los
bombos y platillos de las fraternidades que confunden el arte con el desastre.
Christian Andres Gonzales Calla.
Politólogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario