Ha
pasado un tiempo desde la primera vez que en compañía de un grupo de amigos tuvimos
la fortuna de poder visitar la residencia del Dr. H. C. F. Mansilla, uno de los
pocos académicos que hoy en día procura instaurar las bases del pensamiento crítico
en las ciencias sociales en Latinoamérica y particularmente en Bolivia.
En
aquella ocasión sentados en una pequeña pero elegante sala comenzamos a charlar
con el Dr. Mansilla sobre diferentes temas, que iban desde la filosofía clásica
hasta las diferentes formas de encender el carbón para una parrillada,
recordando a figuras históricas como Vlad Tepes el Empalador, para después
hacer parangones surreales del mismo con personajes menos macabros como Esopo.
Las
divertidas y en muchos casos irreales anécdotas de nuestro anfitrión, quien
siempre recalcaba el hecho de a su parecer a lo largo de su vida él no había hecho
nada interesante y que veía a sí mismo como un hombre aburrido, nos
trasportaban de las cómodas aulas dela Universidad Libre de Berlín a las casas aristocráticas
de familias tradicionales austriacas, de sus viajes por el medio oriente a su
infancia entre Argentina y Bolivia.
De
rato en rato no perdía la oportunidad de manifestarnos su extrañeza ante el
hecho de que un grupo de jóvenes de nuestra edad (entre 25 y 32 años) fuéramos
voluntariamente a visitarlo, su hipótesis era que nosotros esperábamos que él
nos entretuviera con historias emocionantes, una cena abundante digna de un Rey
o posiblemente la compañía de atractivas mujeres que mantuvieran llenas nuestra
copas.
Nuestra
respuesta simplemente era que nosotros nos sentíamos más que satisfechos al
poder conversar con él en persona, darle nuestros comentarios sobre algunas de
sus obras y de ser posible que nos firme uno o dos de sus libros en compañía de
una pequeña dedicatoria de ser posible.
A
lo largo de toda la tarde y parte de la noche jamás pudimos convérselo de lo
anterior, estoy seguro que aún está intentando dilucidar sobre nuestro fuero
interno para descifrar que nos motivó a reunirnos con él en su departamento
aquel día.
Al
caer la noche la conversación se centró en nuestra atormentada república de
Bolivia, le manifesté mi teoría de que Bolivia goza de una aparente
inmortalidad como Estado en sentido de que antes del ocaso de muchos Estados en
el mundo estos habían llegado a su apogeo y por lo tanto a Bolivia le queda aún
mucho tiempo de vida ya que estamos muy lejos de llegar a tal nivel de desarrollo.
A lo que él respondió con una estridente carcajada al mismo tiempo que asentía
con la cabeza en señal de aprobación.
Recuerdo
que en algún momento alguien menciono a Hegel (aunque no tengo claro porque
motivo lo hizo), razón por cual nuestro anfitrión manifestó nuevamente su
extrañeza sobre la conducta de mis amigos así como la mía, nos preguntó si es
que habíamos ensayado la conversación previamente o si es que realmente disfrutábamos
hablando sobre estos temas poco apreciados por nuestros contemporáneos.
Uno
de los presentes le menciono al Dr. Mansilla que ese tipo de conversaciones era
normal mientras preparábamos un asado de tira, el doctor nos preguntó si es que
siempre hablábamos de Hegel mientras preparamos un asado, a lo que uno de
nosotros le contesto que a veces jugamos War en lugar de cocinar y eso ocasiono
que todos los presentes riéramos estrepitosamente por unos 5 minutos.
Llegado
el final de tan memorable reunión el doctor nos dio un consejo a uno de mis
amigos y a mi persona, como había notado un cierto aire de desdén hacia las prácticas
patrioteras, populistas, santurronas y chabacanas de nuestra república, sugirió
que nos consiguiéramos una chica del pueblo que nos ayude a reconciliarnos con
lo peor de nuestro país.
Ha
pasado un tiempo desde esa reunión y aún no he conseguido esa chica, para ser
honesto jamás la busque.
Christian Andres Gonzales Calla.
Politólogo.
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