Zabaleta
Mercado es posiblemente uno de los autores más utilizados en los discursos
binarios al respecto de la patria, sobre sus enemigos y el deber ser de la
nacionalidad boliviana, con su afirmación algo escueta de que Bolivia es una
nación abigarrada pretendía otorgarnos algo que jamás hemos llegado a tener del
todo, el espíritu nacional.
Un
fin noble sin dudas pero ingenuo en sus pretensiones, ya que construir el
espíritu nacional requiere un proceso de construcción histórica, política,
económica y, social tan extenso y complejo, que no podría lograrse con el
amparo de un único intérprete como lo fue Zabaleta Mercado.
¿Pero
cuál es la razón de que carezcamos de este espíritu nacional? De extremo a
extremo Bolivia cuenta con gente orgullosa de sus respectivas regiones,
arguyendo una especie de superioridad en comparación a las demás partes del
país unos contra los otros respectivamente.
De
hecho el problema radica justamente en eso, al ser un país cuyos habitantes
sienten mayor identidad con sus regiones que con su propia nacionalidad la
construcción de algo común entre todos, que sería el espíritu nacional, se hace
muy difícil de lograr y solo cantamos al mismo ritmo cuando se trata del himno
nacional durante los partidos de fútbol que juega la selección nacional.
Este
problema se ha multiplicado por 36 el momento en que nos configuramos en una
pluralidad de naciones, ya que esta postura heterogénea ha extraviado aún más
aquellos rasgos comunes que tenemos o más bien dicho teníamos, la exacerbación
de las diferencias solo consigue generar enemistad a diferencia de la aparente
unidad multinacional que se pregono en aquellos lejanos años de la Asamblea
Constituyente.
Sergio
Almaraz afirmo que Bolivia es el país donde todo es mezquino, menos el
sufrimiento, en el sentido de que solemos carecer de todo en la vida a
excepción del dolor que en muchas ocasiones nos infringimos a nosotros mismos.
Personalmente
considero que la sociedad boliviana ha compensado dicha mezquindad con los extremismos,
nuestra historia está plagada de momentos en los que de una u otra forma hemos
caído en la polarización exagerada dividida en dos denominadores comunes, el
primero constituido por entregar nuestro destino en manos de personas ajenas a
nuestra realidad, el segundo es en el que somos recelosos en exceso y vemos con
malos ojos todo lo que proviene de fuera de nuestras fronteras.
Entre
todas estas exacerbaciones existe algo que realmente ha sido escaso en nuestro
país, algo tan simple y a la vez brillante que escapa a las visiones binarias
que han imperado a lo largo de nuestra vida republicana. Aristóteles llamaría a
ese algo lo ecléctico, que no es otra cosa que la búsqueda constante de lo
mejor de todas aquellas ideas, posturas, movimientos e incluso enfrentamientos
que configuran nuestra historia.
Fue
esto lo que impulso a Nelson Mandela a buscar la unificación de Sud África en un
momento en que podría haber actuado de manera visceral y haber respondido
intolerancia racial con más intolerancia racial, que era lo que muchos de sus
partidarios esperaban de él.
Lo
ecléctico es pensar sin barandas, en palabras de Hannah Ardent, poder ver las
cosas desde el lugar del otro e incluso llegar a darnos cuentas que en esencia
nuestras necesidades son similares y que lo que nos separa son enemigos
invisibles que han sido creados por telúricos, que solo buscan enfrentamiento
ya que sin él no tendrían como vivir a expensas de los demás.
En
resumidas cuentas lo escaso es la mesura, que hoy en día es algo con un gran valor
no solo axiológico sino que también estratégico, ya que de seguir la ruta
trazada hacia el 2025 por un grupo de extremistas irracionales nos veremos en
un vórtice de entropía que gira, arrastrando todo a su paso dejándonos
divididos y extraviados, listos para ser víctimas del próximo Caudillo de
turno.
Christian Andres Gonzales Calla.
Politólogo.
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