¿Alguna vez ha leído libros
envenenados? Claro que no, que pregunta tan estúpida. Supongo que esta sería la
reacción común ante tal pregunta, sin embargo, es posible que los estudiantes
de la Universidad de Southern Denmark, en Esbjerg, Dinamarca, tengan una
postura diferente. Hace algunos días dos profesores de dicha universidad
encontraron tres raros tomos en latín de los siglos XVI y XVII, que en el
intento de identificar sus títulos e iniciar su digitalización descubrieron que
sus cubiertas habían sido pintadas con un pigmento de color verde cuya
composición principal es arsénico, uno de los venenos más poderosos conocidos
por la humanidad.
Todo esto reavivo el viejo libro del
finado autor Umberto Eco “El Nombre de la Rosa”, que describe las calamidades
causadas por el libro mortal de Aristóteles, que se ganó tal apelativo después
de haber sido envenenado por un monje benedictino con un pigmento grueso de
arsénico, para asesinar a cualquier otro monje que se atreviera a leerlo.
¿Por qué alguien envenenaría un libro?
Según “El Nombre de la Rosa”, la finalidad del envenenamiento era alejar a los
hombres de las “debilidades” que este podía producir en aquellos que se
consagran al estudio. Por lo tanto, aparentemente esta imbuido en un espíritu
de protección y benevolencia, pues el objeto es proteger a los demás monjes del
contenido peligroso de uno o más libros.
Se requiere de un nivel de ingenuidad
irrisorio para creer en tal argumento, independientemente de que la actividad
de envenenar libros no sea practicada en la actualidad es necesario reconocer
que su espíritu ha perdurado en el tiempo. El objeto de envenenar un libro es
restringir el acceso a su contenido o en otras palabras prohibirlo, siendo reticente
de quienes realizan dichas prohibiciones el no aceptar el simple deseo de
censurar aquello que no es del agrado de sus colectivos sociales.
Existen diferentes métodos alternos al
envenenamiento de libros, uno de los más conocidos es quemarlos, también la
simple censura e incluso la prohibición del tiraje de copias de los mismos. La
imaginación es activa en la mente de aquellos que buscan eliminar la existencia
de aquellas cosas con las que no pueden vivir o aceptar que otros disfruten la
lectura de dichas obras.
¿Qué más da hablar de esto, si vivimos
en la era de la tolerancia y la aceptación de las diferencias verdad? Pues
lamento quebrar el imaginario mental de las nuevas generaciones, la realidad en
que vivimos nos muestra una sociedad exageradamente sensible, en la que los
colectivos de diferentes índoles desean eliminar todo aquello que los enfurece,
y como no podía ser de otra forma los libros también son parte de sus enemigos
mortales.
En Bolivia son miles los que exigen
que autores como Alcides Arguedas dejen de ser leídos alegando un contenido
racista en sus obras, cuando lo que realmente les enfurece es como señalo los
vicios de la sociedad boliviana con brutalidad y firmeza, acusando los altos
niveles de consumo del alcohol y el evidente adormecimiento intelectual
producido por nuestras amadas prácticas culturales.
Uno de los medios más sencillos para
restringir el acceso a la información es el internet, ya que por medio de esta
herramienta se puede prohibir la descargar de libros e incluso el buscar
ciertas palabras en los diferentes motores de búsqueda que existen. Todo aquel
que busca regular de manera estricta la información siempre dirá que busca
proteger a la sociedad, pero la realidad es que únicamente buscan evitar
aquello a lo que Marx le tenía tanto miedo, el flujo rápido y sencillo del
conocimiento.
En su momento muchos críticos
literarios afirmaron que Eco tenia demasiado suelta la imaginación al escribir
sobre libros envenenados, años después los hechos le dan la razón y hace pensar
que hay que leer sus libros en búsqueda de pistas de otras cosas en la que
también podría haber acertado, de momento sé que él está en el séptimo círculo
del infierno riéndose a carcajadas de todos nosotros.
Christian Andres Gonzales Calla.
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