miércoles, 11 de julio de 2018

Libros Envenenados; Eco Debe Estar Riéndose en su Tumba.


¿Alguna vez ha leído libros envenenados? Claro que no, que pregunta tan estúpida. Supongo que esta sería la reacción común ante tal pregunta, sin embargo, es posible que los estudiantes de la Universidad de Southern Denmark, en Esbjerg, Dinamarca, tengan una postura diferente. Hace algunos días dos profesores de dicha universidad encontraron tres raros tomos en latín de los siglos XVI y XVII, que en el intento de identificar sus títulos e iniciar su digitalización descubrieron que sus cubiertas habían sido pintadas con un pigmento de color verde cuya composición principal es arsénico, uno de los venenos más poderosos conocidos por la humanidad.

Todo esto reavivo el viejo libro del finado autor Umberto Eco “El Nombre de la Rosa”, que describe las calamidades causadas por el libro mortal de Aristóteles, que se ganó tal apelativo después de haber sido envenenado por un monje benedictino con un pigmento grueso de arsénico, para asesinar a cualquier otro monje que se atreviera a leerlo.
¿Por qué alguien envenenaría un libro? Según “El Nombre de la Rosa”, la finalidad del envenenamiento era alejar a los hombres de las “debilidades” que este podía producir en aquellos que se consagran al estudio. Por lo tanto, aparentemente esta imbuido en un espíritu de protección y benevolencia, pues el objeto es proteger a los demás monjes del contenido peligroso de uno o más libros.

Se requiere de un nivel de ingenuidad irrisorio para creer en tal argumento, independientemente de que la actividad de envenenar libros no sea practicada en la actualidad es necesario reconocer que su espíritu ha perdurado en el tiempo. El objeto de envenenar un libro es restringir el acceso a su contenido o en otras palabras prohibirlo, siendo reticente de quienes realizan dichas prohibiciones el no aceptar el simple deseo de censurar aquello que no es del agrado de sus colectivos sociales.

Existen diferentes métodos alternos al envenenamiento de libros, uno de los más conocidos es quemarlos, también la simple censura e incluso la prohibición del tiraje de copias de los mismos. La imaginación es activa en la mente de aquellos que buscan eliminar la existencia de aquellas cosas con las que no pueden vivir o aceptar que otros disfruten la lectura de dichas obras.

¿Qué más da hablar de esto, si vivimos en la era de la tolerancia y la aceptación de las diferencias verdad? Pues lamento quebrar el imaginario mental de las nuevas generaciones, la realidad en que vivimos nos muestra una sociedad exageradamente sensible, en la que los colectivos de diferentes índoles desean eliminar todo aquello que los enfurece, y como no podía ser de otra forma los libros también son parte de sus enemigos mortales.

En Bolivia son miles los que exigen que autores como Alcides Arguedas dejen de ser leídos alegando un contenido racista en sus obras, cuando lo que realmente les enfurece es como señalo los vicios de la sociedad boliviana con brutalidad y firmeza, acusando los altos niveles de consumo del alcohol y el evidente adormecimiento intelectual producido por nuestras amadas prácticas culturales.

Uno de los medios más sencillos para restringir el acceso a la información es el internet, ya que por medio de esta herramienta se puede prohibir la descargar de libros e incluso el buscar ciertas palabras en los diferentes motores de búsqueda que existen. Todo aquel que busca regular de manera estricta la información siempre dirá que busca proteger a la sociedad, pero la realidad es que únicamente buscan evitar aquello a lo que Marx le tenía tanto miedo, el flujo rápido y sencillo del conocimiento.

En su momento muchos críticos literarios afirmaron que Eco tenia demasiado suelta la imaginación al escribir sobre libros envenenados, años después los hechos le dan la razón y hace pensar que hay que leer sus libros en búsqueda de pistas de otras cosas en la que también podría haber acertado, de momento sé que él está en el séptimo círculo del infierno riéndose a carcajadas de todos nosotros.

Christian Andres Gonzales Calla.
Politólogo.



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